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Mostrando entradas de septiembre, 2015
que la vejez del cuerpo nos encontraría juntas en algún museo que nuestro departamento iba a estar lleno de gatos y de plantas que habría una institución que albergara mis ansias por las letras que alguna vez aprendería a cantar  que terminaría de ver la película sin quedarme dormida  que siempre te rodearía el perfume de las hojas de albahaca  todas esas  y algunas otras  son las promesas  que nunca podré cumplir  ya que al romper  la regla implícita  la primera  no hubo más risa (pero sí muchas penas) qué suerte saber que recordaste  cómo solías emprender el vuelo ahora que te solté de mis alas rotas sin mí sola
El escosor que me provocaba el contacto con la colcha fría (la ventana abierta, la brisa helada de las cinco de la mañana) no me importaba hasta el momento en que se cerraba la puerta por delante de tu rostro. Los escasos minutos que pasaban hasta que me dormía (la almohada chata y el sonido de algún grupo de chicos que volvía del boliche) me los pasaba pensando en que me hacía bien aquello nuestro y el café sin azúcar que me ibas a servir al mediodía, cuando nos levantáramos. La luz del día se traslucía por las cortinas que coloreaban la habitación y entonces yo me despertaba (el sol en la cara, espanto) todavía cansada. Las muchas cuadras que nos separaban me devolvían a pie a la realidad de mi habitación  con los postigos de la ventana cerrados, y a los almohadones que descansan en el piso ahora que esa mezcla de sensaciones horribles no me quiere dejar respirar.